lunes, 22 de diciembre de 2014

Acerca de...Nana Luna en la radio


Me siento muy honrada de poder compartir con ustedes la agradable noticia de que la estación de radio local en Seattle "El Rey 1360 am", transmitirá a partir de hoy Lunes 22 de Diciembre y hasta el domingo 28, siete de los ocho cuentos que conforman mi libro para niñ@s:
 Los cuentos para soñar de mi Nana Luna.

Estas historias fueron amorosamente narradas por mí y grabadas exclusivamente para esta transmisión diaria que se denomina: Nuestros niños de siempre y que es un esfuerzo conjunto entre la estación de radio y el Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, junto con su productora Claudia Cárdenas y el director de la estación Lic. Jorge Madrazo.
Esta estación de radio ha abierto un amable espacio para que los escritores del grupo Seattle Escribe podamos exponer nuestro trabajo para el público.

Comparto con ustedes la liga a la estación para que puedan hacer el favor de acompañarme en  esta hermosa aventura radiofónica.



miércoles, 17 de diciembre de 2014

Acerca de... Mi primera entrevista de radio



Hace algunas semanas recibí una llamada de parte de 4Culture en la que me notificaron que sería entrevistada por la más respetada reportera de cultura de la ciudad para hablar acerca de mi participación en el programa de poesía urbana Poetry on Buses. Marcie Sillman me dió cita en una parada de autobús del barrio de Queen Anne y ahí entre el frío de la mañana, el paso de los autobuses y de los peatones, me pidió que le narrara mi experiencia. He aquí el resultado de mi primera entrevista radiofónica para KUOW Seattle

http://kuow.org/post/metro-buses-transport-poems-people

domingo, 7 de diciembre de 2014

Acerca de... Semillas de amor







La otra noche, mientras hablaba por teléfono con mi madre que está en México, ella me dijo que mi hermano mayor lleva varias semanas enviando cupones a un concurso en el que ofrecen como primer premio una casa. Me dijo que cuando platicaron acerca de lo que harían si se ganaran el premio, mi hermano le dijo: "si me gano la casa, se la voy a regalar a mi hermana Nora porque ella no tiene una casa donde vivir cuando nos visita aquí". Mamá le preguntó si no era una mejor idea que ellos dos vivieran en esa casa y mi hermano le contestó terminantemente que no, que esa casa, si acaso se la ganaban tenía que ser para mí.
Cuando escuché las palabras de mi madre, mi corazón sintió una chispa de alegría y pensé: "que rápido germinan las semillas del amor, la amabilidad y la compasión".


Mi hermano mayor tiene 44 años. Mi hermano mayor será siempre responsabilidad de quienes lo amamos. Mi hermano mayor sufre de discapacidad intelectual.

Vivir la mayor parte de mi vida y crecer con él no fue cosa fácil. Nadie en casa tenía las herramientas o el conocimiento necesarios para saber cómo sobrellevar todos los aspectos negativos de la discapacidad y si bien, cuando éramos niños nuestra relación era más o menos armoniosa, al llegar la adolescencia todo se complicó. Yo amaba a mi hermano, lo he amado siempre, sin embargo muchos factores internos y externos, hicieron que me separara emocionalmente de él. Sentía mucha vergüenza cuando por sus acciones, sus palabras o simplemente por ser distinto, otras personas se burlaban de él o de mí por ser su hermana, sentía rechazo hacia él cuando, actuando sin pensar en las consecuencias, me metía en problemas con mis compañeras de la escuela o con mis amigos. Tenía mucho miedo de él cuando pasaba por episodios violentos o psicóticos y no soportaba sus manías ni sus comportamientos y sus hábitos obsesivos compulsivos. La idea de que en algún momento de la vida mi hermano tendría que convertirse en mi responsabilidad y quedar bajo mi cuidado me atormentaba y me frustraba de tal manera que yo manifestaba mi enojo y mi desacuerdo rechazándolo a él y desconectándome emocionalmente de todo lo que tuviera que ver con él. Mi hermano mayor nunca dejó de quererme, pero el rechazo y la incomprensión dieron fruto y puedo decir que hubo un momento en el que ni siquiera teníamos una relación de hermanos.
Un día todo cambió. Un día, la vida nos dió una enorme lección y todo cambió. Un día, la desgracia tocó a la puerta de mi familia y en medio de circunstancias tristísimas mi madre tuvo que ausentarse y mi hermano quedó temporalmente desamparado. Cuando la vida nos puso en las manos la responsabilidad de hacernos cargo de él, se echó a andar en el universo un proceso de aprendizaje que transformaría la desgracia que vivíamos como familia en una lección de amor.
Todo esto ocurrió cuando yo ya había adquirido cierta madurez y ciertos conocimientos acerca de cómo funcionan las personas con discapacidad intelectual, todo esto ocurrió también después de un largo trabajo interior durante el cual hice las paces con la idea de que efectivamente, en algún punto del camino nos tocaría la responsabilidad de ver por él y por su bienestar. Esas ideas ya estaban en mi cabeza pero aún no había aplicado nada de lo que en teoría había aprendido. En aquel periodo triste, pasé tres meses con mi hermano. Lo primero que tocó mi corazón fue descubrir su dolor, su desamparo y su percepción de las cosas. Un día lo encontré llorando. Las palabras que me dijo sacudieron algo dentro de mí muy profundamente. A partir de ese día decidí que aplicaría con él todo lo que había aprendido y que aunque en el futuro no estuviésemos juntos físicamente, lo apoyaría de manera emocional y haría lo posible por ayudar a hacerlo sentir feliz, aceptado, amado.
Encontré nuevas formas de comunicación e interacción con él, lo apoyé en todo lo que pude, tuvimos largas, larguísimas conversaciones en las que yo le daba tiempo y pausas de acuerdo a su nivel de comunicación para que pudiera expresar lo que sentía y poco a poco me fui ganando su confianza. Al mísmo tiempo, dentro de mí se gestaron sentimientos de empatía y compasión hacia él. Aprendí a ser más paciente, a entenderlo mejor. Mi mayor preocupación era que se sintiera amado y seguro. Fue un año muy largo en el que sin saber lo que estaba haciendo, sembré semillas de amor. 
Durante ese proceso hice las paces con la realidad y comprendí que efectivamente, algún día mi hermano quedaría a cargo o bajo el cuidado y supervisión de quienes lo amamos y si bien la idea no es mi favorita, si comprendo ahora que hay muchas maneras y opciones para llevar a cabo esa labor.

Desde ese entonces y hasta el día de hoy en que nuestras vidas han vuelto a la normalidad y mi madre y mi hermano están juntos otra vez, muchas cosas han cambiado para bien. 
Mi hermano no me perdona una llamada telefónica a la semana de al menos media hora, para contarme cualquier cosa por la que esté pasando o cualquier cosa en la que esté pensando. Hablamos y nos hacemos chistes mutuamente, se muere de la risa cuando platico con él y me llama con mi nombre en diminutivo. Cuando visito México no hay persona más gozosa y más feliz que mi hermano, quien cuenta los días que faltan para mi siguiente viaje y hace mil planes para pasar conmigo todo el tiempo que nos sea posible.

El pasado no se puede recuperar ni arreglar pero el presente es nuestro y podemos hacer de él una hermosa experiencia.

Yo amo mucho a mi hermano mayor y mi hermano mayor me ama tanto que quiere ganarse una casa para regalármela.





Les dejo este video que me encontré y que me conmovió mucho. 

http://www.upsocl.com/inspiracion/tienes-que-escuchar-lo-que-dice-esta-pequena-nina-sobre-su-hermano-con-sindrome-de-down/

lunes, 17 de noviembre de 2014

Acerca de...Juego de niños


En el patio de la escuela hay una higuera muy vieja, puedes alcanzar sus hojas si subes las escaleras.

Saltar a la cuerda, jugar al avión, recoger la teja con la mano izquierda.

Jugar al resorte y ganarle a todas. ¿No hay premio? No importa, mejor la satisfacción de vencer a la más ñoña. "Marinero que se fue a la mar y mar y mar para ver que podía ver y ver y ver."

Y entonces, ¿que tal saltar esas altas torres de llantas viejas? Igual que los niños. Eso no les gusta. Así las niñas no juegan. No importa, no importa, yo quiero saltar. !Mírame maestra! Mírame y elígeme para las competencias. "A don martín, se le murió, su chiquitín, de sarampión."

Jugar a las escondidas: uno dos tres por mí y por todos mis compañeros. Ahora tú las traes y a las tres se quema la bas. ¿Que canción vas a cantar para echar la suerte otra vez? "Zapatito blanco, zapatito azul, dime ¿cuántos años tienes tú? "

En el patio de la escuela hay una higuera muy vieja y el muro de la derecha está cubierto de hiedra.

Así con un gis muy blanco y los brazos bien abiertos, hay que dibujar el círculo que contendrá a las naciones para jugar al Stop. "Declaro, la guerra, en contra, de mi peor, enemigo, que es..." (Yo te elijo a tí, que eres el que más me gusta. Sí, tú, el niño de la voz fuerte y la cicatríz en la mejilla derecha.)

En el patio de la escuela hay una higuera muy vieja, detrás de ella yo me escondo para que nadie me vea. 

Los niños se apartan; juegan esos juegos que son sólo de hombres en los que las niñas no pueden jugar: "dos, patada y coz, cuatro, jamón te saco, diez, elevado lo es."

Con resignación jugar con las niñas los juegos de palmas que son apropiados para señoritas de faldas tableadas. Cantar muy fuerte, chocar las manos y los dorsos al mismo tiempo, sin equivocarse: "corona, cerveza, media vuelta."

Correr más fuerte, cantar más alto, nada de estudiar que a esta escuela se viene a jugar.

La niña rubia de la trenza larga, cuenta cuántos cuadros hay del corredor a la entrada. Se mira en los ventanales, canta y sueña, sueña y canta. "Manzana podrida, una dos tres, salida."

Pajaritas de papel, barquitos navegando hacia ninguna parte, ranas de lenguas rosadas y cubitos quitapiojos. Dibujos de colores brillantes, poblados de soles sonrientes, nubecitas blancas, árboles frutales y casitas de tejados rojos con chimeneas encendidas. "Cuando yo era joven, joven, joven, coqueteaba, coqueteaba, coqueteaba."

En el patio de la escuela hay una higuera muy vieja y el muro de la derecha está cubierto de hiedra. La pequeña niña rubia,con la trenza ya deshecha. Abrazada a sus recuerdos, está sentada en la puerta.


domingo, 9 de noviembre de 2014

Acerca de... Poetry on Buses

A partir del día de hoy y durante una semana podrán leer y escuchar en mi propia voz, mi bello poema "Nostalgia"
Este poema forma parte de una exposición urbana en la ciudad en la que vivo y en la que 365 escritores y poetas fuimos elegidos para escribir acerca del amor por nuestros hogares.
Los invito a visitar el sitio.

/http://poetryonbuses.org/poems/nora-giron-dolce/?indv=y&tag=y

domingo, 12 de octubre de 2014

Acerca de... Domingo perezoso














Nonantzin
Amada, si yo muriera
entiérrame en la cocina bajo el fogón.

Al palmotear la tortilla
me llamará a su manera
tu corazón.
Más si alguien, amor, se empeña
en conocer tu pesar,
diles que es verde la leña
y el humo te hace llorar.
Poema náhuatl

Domingo perezoso por la mañana, la voz de mi abuela reverbera en las paredes de la casa: “Arriba flojos, ya hay caldos en las fondas y borrachos en las cantinas”. Salimos corriendo de las recámaras para encontrarla en la mesa del comedor separando las tortillas recién compradas. Al aroma del nixtamal, se suman, la vista de los brillantes colores del guacamole y el crujido del chicharrón. Es nuestro almuercito dominguero: taquitos de chicharrón con guacamole fresco. Las manos diestras de mi abuela preparan los tacos y yo la miro; reconozco en el brillo de sus ojos el orgullo y la satisfacción de alimentarnos que es a su modo de ver, la mejor manera de dar amor.
Domingo perezoso por la mañana. Me despierta el silencio. Abro los ojos en mi casa rodeada de maples. Mi marido duerme a mi lado, miro el techo y suspiro. Salgo de la habitación y llego a la cocina que está quieta, silenciosa, muerta. No hay aromas que inquieten al estómago ni colores brillantes de aguacate y jitomates. La casa no retumba con la voz alegre de mi abuela, pero al ver su retrato, mi cabeza vibra con uno de sus continuos reproches: “En esta casa no chillan las cazuelas”.
Domingo perezoso por la mañana. Los cachetes se nos llenan como si fuésemos hámsters, mis hermanos y yo hacemos una carrera sin decirnos nada, peleamos por la última cucharada de guacamole fresco, por la última tortilla tibia, por la última moronita de chicharrón crujiente. Cuando la cuchara rasca el fondo del recipiente sin encontrar nada más, nos conformamos desilusionados, con un último taquito de frijoles. Mi abuela sonriente nos cuenta historias de espantos mientras nos sirve el refresco. “Misión cumplida” parece decir su corazón, y el mío que lo conoce bien, le contesta que sí con un latido.
Domingo perezoso por la mañana, mientras fumo un cigarrillo en el jardín, miro las nubes en el cielo y en una conversación silenciosa pero honesta, trato de explicarle a mi abuela que, si en esta casa no chillan las cazuelas, no es porque yo no quiera, sino porque aquí no hay tortillerías en cada esquina, no hay carnicerías donde frían el chicharrón, no hay mercado sobre ruedas. Los chiles no pican,  el cilantro es escaso, el queso es insípido, las cebollas son dulces, los aguacates son caros, las tortillas son blancas en vez de ser amarillas y todo sabe a papel.
Ante de una conversación así, tan seria, el estómago me gruñe, la nostalgia me vence y decido entrar de nuevo a la casa. En un proceso largo; preparo la masa, caliento el comal, pico los jitomates, los aguacates, las cebollas y los chiles, lavo y deshojo el cilantro, abro la bolsa de los chicharrones, corto el queso en rebanadas, echo a mano las tortillas sobre el comal que como siempre, para mi total frustración, humean pero no se inflan.
Después de 45 minutos, está listo mi amado almuercito dominguero. Los ruidos y los aromas de la cocina no han despertado a nadie más que habite en esta casa. Sólo están conmigo el recuerdo de mi abuela, nuestra conversación imaginaria y la pequeña Chocolat; alerta a todo lo que hago.

Domingo perezoso por la mañana. De pie en la cocina, doy la primera mordida a mi taco de chicharrón con guacamole y el corazón se me rompe en mil cachitos de melancolía, mientras una lágrima solitaria resbala por mi mejilla.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Acerca de...La generación de la plancha












Las cosas están así:
Muchas personas piensan que soy mayor de lo que en realidad soy porque poseo una característica muy especial: Recuerdo.
Tengo una memoria excepcional para un montón de cosas inútiles como fechas, aniversarios de eventos lejanos que ni siquiera me ocurrieron a mi, nombres de personas que aparecieron casualmente durante mi vida o la de otros, versos y conversaciones entre otras cosas. Soy lo que mi amigo, el autor Leonel Castellanos "Leopi", llamaría una "guardadora".
Así es, soy una "guardadora" profesional.

Entre todas esas cosas que he guardado en el disco duro de mi memoria durante mis 41 años de vida, las canciones ocupan un gran espacio. Ahí es donde aparece el detalle de la edad porque resulta ser que no he guardado únicamente las canciones que han tenido que ver con  mi persona, sino también un enorme catálogo de canciones viejas que no pertenecen a la gente de mi generación.
Todas coexisten dentro de mi cabeza en un orden desordenado y aparecen espontáneamente de acuerdo al modo y la ocasión. Especialmente cuando me despierto en las mañanas con una de ellas dentro de la cabeza.

Primero están las canciones que yo amo, ésas que me llevan de regreso a la infancia con la primera nota, la primera palabra, el primer compás; es así como me veo otra vez sentada a la mesa de la cocina de la casa de parques, vuelvo a ver las sonrisas de Brenda y Luis Adrián mientras su madre, Araceli nos sirve el desayuno. En la ventana hay una radio pequeña que reproduce la voz de Manoella Torres: "nadie en casa me comprende, todos me censuran mi forma de ser, si supieras lo que invento por verte otra vez". Brenda dice después: "mi canción favorita es la que dice: "deja de llorar chiquilla, deja de llorar mi amor". Soy buena guardadora, pero no tanto, ya no recuerdo en qué terminó la discusión.

Después vienen las canciones del lado B de los discos de mamá, esas que ya nadie recuerda porque no fueron éxitos pero que yo traigo guardadas porque las cantaba y bailaba al volver de la escuela cuando jugaba a ser artista. Entonces escucho la voz de una Yuri muy juvenil: "pásame la goma de mascar, pásame la goma de mascar".

Luego vienen las canciones de mi abuela, las que ponía a la hora de cocinar o las que tarareaba para nosotros. Gracias a ella puedo reconocer perfectamente  y a la primera, la voz de Agustín Lara, Pedro Vargas, Toña la Negra y todos esos artistas que ya habían muerto cuando yo crecí pero que abuelita me legó junto con sus recuerdos, entonces viene a mi mente la frase célebre de una canción que ella repetía constantemente: "Tu eres rica y te llenas de orgullo, yo soy pobre y tirado a los vicios". !Ay mi abue! No sabe todo lo que me dejó.

Por nuestra casa pasaron también, un montón de amigos y amigas de mamá que dejaron su legado en discos de acetato olvidados después de una fiesta y de los que yo hice descubrimiento y rescate mientras crecía. Así llegaron a mi vida y se quedaron para siempre, Óscar Chávez, Joan Manuel Serrat, The Beatles, Nacha Guevara, Enrique Jorrín, Ray Coniff , Alberto Cortés, Armando Manzanero, José José en sus inicios y muchos más.

Mi mamá, siendo de espíritu festivo, bailador y cantador, llenó mi catálogo con canciones de múltiples géneros; desde tonaditas tontas que le heredaron sus tíos, como la canción áquella de "dónde está mi saxofón", pasando por las canciones infantiles de Cri-crí que ella entonaba para nosotros con particular alegría, las canciones tristes de Alberto Lozano que me hacen llorar de nostálgia por la rabia  de no poder volver a ir de la mano de mi madre cantando fuerte en la calle: "hoy canto a la luz que alegra en las mañanas, cuando sale el sol que brinca en las ventanas". También la música de los grupos  y cantantes de su juventud: Enrique Guzmán, César Costa, Alberto Vázquez, Angélica María, Los Hooligans, Los hermanos Carrión, Johnnie Laboriel etc... hasta llegar a las canciones de moda que entonaban sus artistas favoritos como Juan Gabriel, Lupita D'alessio, Rocío Dúrcal y Lucha Villa, que mamá cantaba a grito pelado los fines de semana mientras hacía los quehaceres.

Las contribuciones a mi legado musical llegaban de todas partes pero si tuviera que hacer un reconocimiento, lo haría para mi madre sí, pero también para las muchachas del aseo que fueron y vinieron de nuestras vidas durante los años en los que crecimos y que enriquecieron nuestra cultura musical con guapachosas canciones de Rigo Tovar y su Costa azul:  " mi Matamoros querido, nunca te podré olvidar", el Acapulco tropical: "que bien que toca, Acapulco Tropical, que bien que goza Acapulco Tropical", rancheras de Vicente Fernández: "grabé en la penca de un maguey tu nombre, unido al mío, entrelazados", los Xochimilcas: "ven a bailar quinceañera, ven a gozar quinceañera, Los Gatos Negros: "Sabes que te quiero Yolanda, que por tí me muero Yolanda"  y todo el repertorio de "Radio Sinfonola, la estación del Barrilito" que sonaba en nuestra casa a la hora del quehacer, 
Esas canciones, algunas anteriores a mi época, otras pertenecientes a ella, forman parte todas, de mi repertorio personal de recuerdos hasta el día de hoy y hacen buen tema de conversación con muchas personas. a quienes por cierto le causa mucha risa el detallito de que sonaban a "La hora del quehacer".

Hace algunos meses, conversando con mi hermano, él me platicó que en un viaje reciente que hizo a Colombia, conversó con un colega que le contó, que este fenómeno de las canciones viejas aprendidas por los niños de las madres chambeadoras o las muchachas del servicio tiene un nombre allá en Colombia. Nos llaman: "La generación de la plancha", queriendo decir que, aprendimos las canciones que no nos pertenecían, a través de la hora de planchar.
El nombre es perfecto. Nuevo tema de conversación.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Acerca de...Cómo contribuir a bajar la autoestima de una niña de ocho años






Hace pocos días, me topé con un blog de un muchacho que sube fotografías y textos, tomados de los libros que la Comisión Nacional de libros de texto gratuito distribuía en las escuelas primarias públicas en mi país: México. 
Cuando vi las imágenes y los textos, se me vinieron encima un montón de recuerdos felices de ésos días lejanos en los que aprendí a leer y escribir. Miré con encanto las portadas, las ilustraciones que usaban para hacer más atractivas las lecturas. Veía con emoción los dibujos y recordaba con regocijo, de que se trataba tal o cual texto y leía los comentarios de otras personas que sentían lo mismo que yo, al reencontrarse con esos viejos amigos que nos acompañaron cada año escolar durante seis años; que llegaban limpios y nuevecitos a nuestras manos y terminaban totalmente despanzurrados al final del año, de tanto ir venir, de tanto dale que dale a las letras y los números.

En ésas andaba cuando de pronto me encontré con un poema y un dibujo que me llevaron de regreso a una de las peores pesadillas de mi infancia: el cuarto año.

En el primer día de clases, se aplicaba a los alumnos un examen que supuestamente, no tenía ningún valor académico y sólo servía para evaluar el nivel con el que llegábamos al nuevo año escolar. La maestra que me había tocado, era una recién llegada a nuestra escuela que traía bajo el brazo dos hijos. La mayor de ellos estaba en el mismo salón que yo.
Durante la aplicación del examen, la maestra paseaba entre las mesas para ver y saber lo que estábamos haciendo. Yo que siempre andaba papando moscas, me distraje cuando ella estaba dando alguna explicación a otro niño. Cuando terminó de hacerlo, miró mi examen desde arriba y me dijo en voz alta delante de todos: "Tú, ya estás reprobada". 

La maestra, sintió desde el principio una fuerte antipatía por mi y se encargó de demostrarlo durante todo el año escolar. Nunca respondió claramente a ninguna de mis preguntas, dejaba que pasaran las risas de mis compañeros, me miraba con lástima y continuaba con la lección. Siempre me trató con desdén. Mi curiosidad e ingenuidad le parecían síntomas de un fuerte retraso mental; pasó siempre por alto el bullying y las burlas de que fui víctima por parte de mis compañeras, me humillaba y regañaba en público, compartía su opinión acerca de mi con quien quisiera escucharla y era groserísima con mi mamá. 

Es cierto que efectivamente ese año en particular, yo necesitaba más apoyo y atención de lo normal. Fue un año crítico para mí porque en casa estaban ocurriendo cosas difíciles que se reflejaban en mi comportamiento y aprovechamiento en la escuela, también es cierto que yo estaba adelantada de grado, era la mas pequeña del salón y no tenía la suficiente madurez al llegar al cuarto grado. También es cierto que siempre decía lo que pensaba y a veces lo que pensaba no iba de acuerdo con las ideas de otros niños, niñas y maestros por el modo en que me estaban educando en casa, pero eso, yo lo reconozco más como una ventaja y no como una razón para segregarme.

Mi maestra de cuarto grado, fue incapaz de reconocer en mí alguna cualidad, fue incapaz de superar su antipatía y anteponer su ética como docente. Nunca se le ocurrió la idea de ofrecerme su apoyo y de guiar a mi madre para que, entre las dos me ayudaran a recuperarme academicamente y salir adelante en mis estudios.

Esa mujer simplemente me puso la etiqueta de "Caso perdido" desde el primer día de clases y en lugar de hacerme el favor de olvidarme, todavía se esforzó en enfocar su energía en resaltar cualquier acción mía como un error o una tontería y ponerme de mal ejemplo en el salón.

Quisiera dejar algo muy claro:
¿Yo era muy pequeña e inmadura para el cuarto año? Si.
¿Era necesario que yo repitiera el curso? Si.
¿La maestra actuó incorrectamente? !SI!

Repetir el cuarto grado fue una experiencia muy humillante y amarga por el hecho de haber tenido que repetirlo en la misma escuela, pero, como en toda experiencia; al final me dejó cosas buenas como, aprobar con buena calificación el siguiente curso, pasar el año escolar con niños y niñas de mi misma edad y así sufrir menos bullying, y haber conocido a Dalila que es hasta el día de hoy, una buena y querida amiga con la que pasé bellas experiencias en nuestra infancia.
La poesía de "Coplas de cuna para un negrito" de Germán Berdiales, me trajo de regreso a esa malvada mujer por una razón muy simple: El único diez que saqué ese año, me lo puso ella con crayón rojo cuando vió la copia de la ilustración que hice en mi cuaderno, pero también me aclaró:
"Te pongo el diez en el dibujo pero tienes cero en la copia del poema porque tu letra está horrible".

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Acerca de...Lo que yo quisiera













Quisiera con toda el alma pasar otra noche en vela en la cueva de los framboyanes con mi Negrita hermosa, "Mamacita estás...gloriosa"; cantando las canciones desgarradas de David Torrens, con un tinto en la mano, viéndola llorar desconsolada sin saber que hacer.
Quisiera que Aurora me mirara sonriendo una vez más por el retrovisor  en una tarde de tráfico y que otra vez me llamara por teléfono para decirme: "Soy tu nueva amiga" y que volviéramos a subir a la pirámide y que me mandara otra vez a la hacienda a vomitar mis demonios y que me volviera a recibir en la noche del regreso con un chicken bake y la satisfacción de haber rescatado un alma en pena.


Quisiera que GabyFi, otra vez me diera una larga vuelta por la ciudad en su coche azul, y que nos encontráramos a Fito Páez en el parque de los adoquines rojos y que volviéramos a ir al cine a ver Amelie Poulain, los amantes del círculo polar. Que volviéramos a hacer juntas la larga lista de los viajes, los hombres y los besos. Que que me volviera a regalar de todo corazón, esas cosas bonitas que no me alcanzaba el dinero para comprar.

Quisiera que Pilar me invitara a su oficina para encerrarnos a leer a García Márquez y escribir canciones tontas. Quisiera que otra vez me invitara a Cuernavaca para purgar juntas la peor hora de mi desconsuelo recitando a la luz de las velas los más tristes poemas de Sabines.

Quisiera regresar a Cancún con el corazón destrozado y los bolsillos vacíos; volver a pelearme con mi prima por la última cucharada de fríjoles, volver a saltar con ella en las olas tibias del Caribe y llorar  juntas hasta el amanecer.

Quisiera sentir de nuevo el abrazo sorpresivo de Ajalie en la tarde de mi despedida y escucharla decir con su acento de franchute chilanga: "No te vayas".

Quisiera que Carla me volviera a invitar a su casa y encontrármela a media noche en el pasillo con un cenicero en una mano y el cigarrillo en la otra, morirnos de risa y hablar de rituales tontos para después del baño, volcanes adormecidos que explotan y la inutilidad de aprender a manejar.

Quisiera que Chilián me contara una y otra vez el chiste de los cigarros sueltos. Volver a reunirme con ella en un restaurant cualquiera después de muchos años, sentir de nuevo su dolor y volver a decirle muchas, muchas veces con toda sinceridad: "Lo siento Claudia, lo siento mucho".

Quiero que suene el teléfono, que alguien toque el timbre de mi casa de Cholula; que sea cualquiera de ellas, cualquier tarde, cualquier día. Que me pregunten que estoy haciendo, que me inviten a salir.  Que se queden a dormir, que nos prestemos la ropa, los zapatos, los amores. Volver a vernos reflejadas en los espejos de un bar y cantar a gritos las canciones de moda. Que las calles tiemblen con nuestros pasos, que la memoria se llene de nuestras palabras, que las paredes se derrumben con nuestras risas, que el mundo se ahogue con nuestras lágrimas, que la vida se ilumine con nuestra juventud.

domingo, 24 de agosto de 2014

Acerca de...La triste partida de Robin Williams

Robin Williams tuvo los ojos más bellos, expresivos y dulces que he visto en mi vida.
Su desición de marcharse antes de tiempo nos tomó a todos por sorpresa y nos sacudió profundamente.
Si en el mundo ocurren desgracias todos los días, y muere gente por millones de razones diferentes, quizá razones más agresivas e impactantes que un suicidio, ¿por qué entonces, nos afecta tanto la muerte de un actor de Hollywood que vivió en su vida grandes logros, glorias y alcanzó a cumplir sus sueños?
Porque Robin Williams impactó nuestras vidas durante años a través de su trabajo y su arte genial. Por eso.
Robin Williams dotó de cuerpo y voz a Popeye, nos hizo llorar  de risa hasta que nos dolió la panza al interpretar al obstetra croata que trajo al mundo al bebé de Huge Grant en "Nueve meses", inspiró a millones de adolescentes y jóvenes de mi generación a mirar las cosas desde otra perspectiva y seguir el llamado de nuestras vocaciones con su bella interpretación de Mr. Keating en "La sociedad de los poetas muertos", persiguió y rescató de la miseria eterna, al amor de su vida, a través de escenarios dantescos en "Más allá de los sueños", nos regaló un Peter Pan como nunca lo habíamos imaginado, adulto, realista y alejado física y emocionalmente de la tierra de Nunca Jamás, en "Hook". Robin Williams nos dejó con la boca abierta de asombro y admiración cuando dió voz y personalidad al fabuloso genio azul en "Aladino", tocó las fibras más sensibles de los espíritus masculinos en "Good will hunting", nos estremeció al  experimentar con medicinas y lograr traer de vuelta al mundo a Robert de Niro en "Despertares", nos hizo reir, llorar y reflexionar acerca de los impactos de un divorcio en, "Papá por siempre"; nos presentó de manera extraordinaria a un médico tardío de métodos extravagantes con su fabulosa interpretación de "Patch Adams", y nos volvió locos de angustia, terror y aventuras en "Jumanji".

Quizá una de las características más importantes de todos los personajes que Robin Williams interpretó para nosotros, fue que siempre fueron personajes que traían consigo una reflexión, una moraleja, una lección o una visión del mundo. No eran personajes vacíos, por muy absurdos que llegaran a ser y eso nos hacía salir de las salas de cine inspirados por él, deseando tener algo nuevo que aprender, algo diferente que decir, algo mas profundo que hacer.



¿Por qué voy a extrañar a Robin Williams? Porque forma parte total del imaginario colectivo de mi generación y porque hizo que mi mundo fuera un lugar mejor con sus películas, porque me llenó de inspiración y fantasía positiva, porque, después de verlo, siempre quise que mi padre me amara tanto como él amó a sus hijos en "Mrs. Doubtfire", porque siempre quise que un hombre me amara tanto, que estuviera dispuesto a ir hasta el infierno sólo por verme otra vez, porque me hubiera encantado tener un profesor de Literatura como él, que me enseñara la poesía de Walt Whitman de un modo tan inspirador y; para el día que me muera, deseo secretamente que mi hombre me llore con tanto amor y sentimiento como Patch Adams lloró a Carin.


La última vez que alguna palabra suya influyó en mi, fue hace dos años, con su participación testimonial en la promoción del documental "The cove". Después de ver eso, empecé a participar en las campañas de información para terminar con el tráfico, abuso, secuestro, cautiverio y explotación de cetáceos; especialmente delfines, en el mundo.

La triste partida de Robin Williams priva al mundo de un gran talento, de una persona excepcional que hizo grandes cosas dentro y fuera de la pantalla, ( basta con ver los testimonios de las personas a quienes les cumplió un deseo o les dio apoyo moral o económico en tiempos de crisis) y nos recuerda que la depresión, nunca, nunca, nunca deberá ser tomada a la ligera o se cobrará la vida de las personas que amamos.


!Misión bien cumplida! Descansa por fin, oh Capitan my Capitan.




lunes, 28 de julio de 2014

Acerca de...El chofer del bus

Hoy me ocurrió una cosa extraordinaria. 

Resulta ser que tomé el bus que va de mi casa hacia el centro del pueblo en el que vivo. El transporte público de esta área es controlado por el condado. Los conductores llevan uniformes, los autobuses están limpios y en buenas condiciones y en general funcionan muy bien pero desde mi punto de vista, carecen de ese ambiente guapachoso que poseen los transportes públicos de México, mi país. En ellos, el chofer es casi siempre un adolescente o un tipo muy joven que va escuchando quebraditas a todo volumen, trae un cigarro encendido en la boca, juega a las carreras con sus compañeros de ruta y cada vez que el pasaje sube les recuerda de mala manera que deben recorrerse hacia atrás. En fin, acá no hay nada de eso. El mayor escándalo que te puedes encontrar en un autobús de la ruta del condado, es un niño llorando o alguna persona que trae tan alto el volumen del reproductor de MP3 que puedes escuchar a Lady Gaga a través de sus audífonos.
En cuanto abordé y me senté, noté que había una cosa que estaba totalmente fuera de lugar: era una fotografía en tamaño carta de una tortuga flotando sobre un lago. Puse atención al entorno y entonces me di cuenta que alguien la había colgado deliberadamente detrás del panel de vidrio que protege al conductor. Después noté que sobre el parabrisas había un ramo de flores artificiales de color naranja y en el tablero del velocímetro, una pequeña fotografía del chofer acompañado de una mujer. Después de ver todo aquello no me aguanté la curiosidad y le pregunté al chofer si la foto de la tortuga era suya. Él, que usaba un dispositivo para sordera, se dio cuenta de que yo le estaba hablando, abrió la bolsa del aparato, apretó el botón del volumen y me miró. Yo repetí la pregunta y él, muy sonriente me dijo que si, que la foto le pertenecía pero que la había tomado su esposa que era muy aficionada a las fotos y que tenía talento para ellas. Después me explicó que cuando colocaba flores sobre el parabrisas, ponía una foto de un animal sobre el tablero y que cuando colocaba un animal de peluche sobre el parabrisas, entonces, colocaba una foto de flores detrás del panel. Yo le dije que era una cosa muy inusual y que me parecía que él se ponía muy confortable a la hora de trabajar. Él me explicó que le gustaba decorar el autobús para hacer su trabajo más feliz. "Deberías ver todo lo que hago en Navidad" me dijo, "pongo luces de colores y regalo dulces a los niños que se suben ese día. También lo hago en Pascua y en Halloween." Me contó que en esos días de fiesta hay tantos pasajeros que, una señora toma el autobús durante todo el día, sólo para ayudarle a repartir los dulces.

Mientras me contaba todo aquello, yo lo miraba muy sorprendida pero también muy contenta de haberme topado con él en una ruta tan pequeña y en la que conozco de vista casi a todos los conductores del autobús. Le pregunté su nombre, me dijo que se llamaba John y que llevaba trabajando veintidós años en el sistema de transporte público.
Mi viaje de diez minutos terminó cuando llegamos a la parada que está en el centro. Me levanté, le di la mano, le dije que había sido un placer haberlo conocido y me fui caminando por las calles de mi pueblo pensando en cómo hay personas que encuentran la manera de ser felices sin importar cómo.

lunes, 2 de junio de 2014

Ando, endo...















Ando recogiendo mis propios pedazos, trocitos del alma, de aquello que fui.

Ando los caminos que andábamos juntos, que anduve contigo, que andaré sin ti. 
Por mucho que ande, andaré entre espinos, lágrimas, recuerdos, voy a andar así.

¿Y tú? ¿Dónde andas? ¿Acaso desandas eso que anduvimos?
¿Andarás con otra?
Seguro que si.

lunes, 19 de mayo de 2014

Acerca de...El mercadito

Este fin de semana he debido ponerme a trabajar y echar a andar el hámster porque tengo dos concursos, una lectura y una conferencia en puerta. Uno de los concursos tiene por tema una carta al hogar y para ser honesta, cada vez que he querido ponerme a trabajar en el texto, se me va el santo al cielo y me quedo colgada a la mitad de las frases porque me gana la nostalgia y en lugar de escribir, me pongo a fantasear.
Este asunto de vivir lejos de lo que consideré mi hogar por treinta y cinco años la verdad, está difícil. A mí lo que más me agarra son los recuerdos de los ambientes, los aromas y los sabores, y es precisamente ahí donde me atoro en los textos porque, sólo es cuestión de empezar a describirlos para que no sé qué neurona torcida en mi cerebro empiece a dar la lata y me lleve de paseo al recuerdo, entonces paro de teclear y me regocijo en todo aquello que me baila en la memoria y que aquí, en donde vivo, no puedo tener. Hoy especialmente anduve vagando por treinta años de Viernes en La Condesa.
Que fiesta eran los Viernes en mi barrio cuando llegaba el "mercadito sobre ruedas" y ya nos andaba a todos por irnos a almorzar las delicias que con él llegaban. Abuelita me llevaba de la mano cuándo fuí niña y luego ya, cuando tuve más edad, la llevé yo del brazo a ella. A mi mamá se le hacía tarde para que nos fuéramos a recorrer los pasillos que formaban los puestos de toldos verdes y buscar entre las novedades algún trapo de moda que echarse encima, alguna joyita de plata que ponerse en las muñecas y lanzarse al regateo con la señora de las golosinas para bajarle el precio de las gomitas de azúcar.
La gente del mercadito nos vió crecer a mí y a mis hermanos y nosotros los vimos envejecer hasta la edad del retiro y del paso de la estafeta hacia algún miembro más joven de la familia o de plano a algunos, los vimos desaparecer y fuimos testigos de la llegada de nuevos miembros que se unieron a la caravana de marchantes.
El mercadito era pequeño: comenzaba por dos puestos de plantas, sederías y ropa barata. Luego dos puestos de comida casera que honestamente no visité jamás porque la comida no se veía muy apetitosa, además de que para comida casera, nada más la de mi abuela. Luego venían los puestitos de novedades, cosméticos y juguetes donde nos deteníamos por mucho tiempo porque siempre había cosas vistosas que nos llamaban la atención pero que nunca comprábamos, luego el puesto del carnicero que cuando yo era adolescente, tenía un hijo guapísimo de mi misma edad que le ayudaba a cortar la carne. Después el puesto del "güero" que vendía  las frutas frescas y que siempre nos ofrecía una rebanadita para probar.
En los últimos años de mis Viernes de mercadito, después del puesto de frutas, se instalaba una señora que vendía tostadas y que hizo las delicias del paladar de mi mamá con sus tostadas de tinga, picadillo o pata, bañadas en salsa verde.
Hubo también una familia de hombres que vendían quesos, cremas y embutidos. Ellos nunca cambiaron, fueron siempre los mísmos y vendieron siempre la misma clase de productos que por cierto me encantaban (No los hombres, sino los productos) porque siempre ofrecían a las clientas probaditas de todo. Tostadas untadas de crema fresca sin marca y espolvoreadas de queso fresco, quesillo de Oaxaca que se deshacía en la boca y rebanadas de queso Panela de un sabor inigualable. Cuando era niña me imaginaba que si un día no tuviera nada que comer, podría ir al mercadito y darme varias vueltas frente al puesto hasta quedar con la barriga llena de probaditas.
La travesía por los pasillos del mercadito era corta y culminaba siempre en el lado izquierdo de la calle perpendicular justamente frente a la clínica veterinaria. Ahí estaba el verdadero centro de todo, nuestro objetivo de cada Viernes: Los puestos de comida.
Cuánto aroma de manteca y de fritanga, de gorditas rellenas de chicharrón hechas a mano, flautas de barbacoa bañadas en salsa borracha, huaraches con bistec o huevo frito, tacos de cecina adobada y patatas fritas, tlacoyos de frijoles y requesón, taquitos de mixiote con rebanadas de habanero y pedacitos de piña fresca, consomé con garbanzos y cebolla, filetes de pescado rebosados en aceite, cocteles de camarón con aguacate y cilantro, quesadillas de masa azul hechas de deliciosos guisados y bebidas deliciosas como los "Jarritos", los "Boing"de guayaba o mango, los tepaches o ya si no quedaba opción pues, de plano un "Barrilito"...
Cómo extraño los Viernes de mercadito, cómo extraño los aromas y sabores de mi tierra, cómo extraño las voces de los marchantes, el ambiente de mi barrio tranquilo y el sol tibio de mi hermosa ciudad.

Bien dicen que al corazón se llega primero por la barriga y eso es precisamente lo que a mí me pasa, que quiero escribir cosas del hogar y el corazón y !zaz! se me atraviesan como tormenta los recuerdos de la barriga; entonces suelto el teclado y mejor me lanzo a la cocina a tratar de reproducir alguno de los sabores de los Viernes de mi querido "mercadito sobre ruedas".

viernes, 2 de mayo de 2014

Acerca de...Las dos Tinas



Había una vez, cuando yo tenía cinco años, una viejecita que vivía en casa de mi abuelita. Esa viejita vivía en un cuarto, en pijama, acostada en una cama de hospital. No podía caminar. Usaba unos lentes de fondo de botella y pasaba los días viendo una pequeña televisión que estaba siempre encendida frente a ella. Cuando mis hermanos o yo, pasábamos frente a la puerta del cuarto, la viejita nos llamaba diciendo muy rápido: “niño, niño, niño”. A mí me daba miedo.


La viejita se llamaba Ernestina, era una de mis tías abuelas, quizá el miembro de mi familia de mayor edad que llegué a conocer. Tina, como la llamaban sus familiares y amigos, pasó el final de sus días  perdida en la bruma de su demencia senil; primero en un tenebroso hospital psiquiátrico y después, gracias a la generosidad  y vocación de enfermera de mi abuelita, en ese cuarto de una casa que con los años yo aprendería a reconocer como mía.

Tina no formó nunca parte de mi vida, su generación y la mía estuvieron demasiado alejadas como para llegar a convivir, sin embargo, he llegado a creer que soy una de las pocas personas, que de alguna manera se han interesado en ella, que conocen bien los detalles de su vida y que logrará perpetuar su recuerdo por varias generaciones más.

Por azares del destino, poseo un montón de información acerca de esta mujer. Información que me ha llevado a conocer detalles íntimos acerca de ella, por ejemplo, su fecha de nacimiento, la forma de su firma, la curvatura de su letra manuscrita y hasta sus listas de compras de la verdura. Sé cuánto la amaba su esposo y con cuanto cariño le escribía y enviaba poemas cuando se encontraban separados, sé que sus primas y tías le enviaban tarjetas postales en el día de su cumpleaños y si me lo propusiera, podría hacer una lista de los viajes y países que visitó en su vida.

Recuerdan el dicho que reza: ¿“Uno no sabe para quién trabaja”? Bueno, pues en este caso la olvidada tía Tina no supo nunca para quién trabajó. Se casó, tuvo dos hijos, trabajó, viajó, reunió dinero y al final murió abandonada. Todas sus pertenencias se desperdigaron por los laberintos de las casas familiares. Sus finísimos muebles sirvieron para  que nosotros jugáramos con ellos cuando fuimos niños, sus tarjetas postales sirvieron para que mis tías decoraran las paredes de sus habitaciones y las lunas de su tocador nos devolvieron el reflejo de nuestros rostros de adolescentes cuando aprendimos a maquillarnos por primera vez.

De todas las pertenencias que Tina dejó sin dueño y de las que ya no queda casi ninguna, llegaron a mis manos, un par de cientos de cartas, fotos y tarjetas postales que decidí conservar por nostalgia y por respeto. Me di a la tarea de seleccionarlas, revisarlas y protegerlas. Fue así como poco a poco fui uniendo los pedazos de la vida de mi tía y los entretejí con las historias que me contaron mi abuela y mis tías hasta llegar a formar a una persona de verdad. Una persona que vivó, amó, fue madre, trabajadora, viajera y coleccionista; una mujer  a la que todo el mundo tachaba de haber tenido el corazón endurecido pero a quien yo sin conocerla, le guardo cariño y a quien analizo con curiosidad.
Cuando leo sus cartas, cuando veo las fotos de sus tarjetas postales, cuando me rio de sus listas de compra, cuando reviso sus listas de asistencia al trabajo, pienso que tuve dos tías porque, de ninguna manera puedo relacionar a la mujer de los documentos que guardo con tanto cuidado, con aquella horrorosa viejecita de lentes que nos llamaba con ansiedad desde su cama: “niño, niño, niño…”.

Acerca de...Decir adiós a un grande

Cuando tenía diecinueve años le pregunté a mi novio en turno, cuya opinión en cultura yo apreciaba mucho, de que se trataba “Cien años de soledad”. Él me dijo muy seriamente que era un libro aburridísimo que se trataba de un tipo que se llamaba igual que otro tipo y que a lo largo del libro no iba a encontrar más que nombres repetidos una y otra vez. Yo que por aquél entonces era ingenua e impresionable, le creí todo lo que me dijo y pospuse la lectura del libro por un par de años.
Un día descubrí una edición vieja en el departamento de un amigo y se lo pedí prestado. Ese día mi vida cambió para siempre y viví por primera vez un apasionado romance literario con Gabriel García Márquez y los habitantes de Macondo. Durante el tiempo que me tomó leer el libro, difícilmente dormía porque no podía parar de leer; salía con amigas o con el novio y media hora después lo único que quería era regresar a casa porque no podía vivir con la zozobra y la incertidumbre de no saber que les estaba pasando a los Buendía durante mi ausencia. Siendo la lectora apasionada y sensible que soy, lloraba, reia, cerraba el libro para maldecir y hacía comentarios en voz alta en las madrugadas cuando me encontraba en alguna de las situaciones dolorosas de la historia.

“Cien años de soledad” se convirtió a partir de entonces en mi libro de cabecera , en mi guía para la vida y la Filosofía y lo leí al menos una vez al año durante quince años. He leído casi toda la obra de García Márquez, lo he amado, lo he odiado y lo he vuelto a querer una y otra vez.  He conseguido hermosas ediciones de  sus libros en pasta dura, he atosigado hasta la muerte a quien viaje a Colombia para que me traiga  bellas ediciones colombianas y colecciono ediciones en distintos idiomas de “Cien años de soledad”. Como autor favorito, nunca, pero de verdad , que nunca me decepcionó, así que  me siento con toda la autoridad del mundo para poder decir que Gabriel García Márquez forma y formará siempre parte de mi vida y parte de mi crecimiento no sólo como escritora, sino como ser humano. La obra de Márquez la llevo dentro de mí como se lleva un regalo muy preciado y es en mí ,como en sus millones de lectores  alrededor del mundo, parte de esta identidad latinoamericana que él mísmo dignificó y exaltó.

Bendito sea este oficio de escritor porque hoy que Gabo ha muerto, su obra vive; ésa, la muerte no se la puede ni se la podrá llevar.

El diecisiete de Abril, mi amiga y escritora Gaby Figueroa me mandó un mensaje de texto con la noticia del fallecimiento de Márquez, yo le contesté con una sola palabra, una palabra que sólo tiene sentido si la lees o si la dices con acento colombiano y en el contexto de “cien años”, una palabra que adoro desde el día en que salió de los labios  y el corazón inconforme de Úrsula Iguarán:
“Carajo”.

Acerca de...La cortesía

La semana pasada me tocó ir a renovar mi pasaporte.
Fui dos veces a la oficina del consulado de México en Seattle. Nunca antes había estado ahí y en mis dos visitas me di cuenta que, al menos el área donde atienden a las personas que van a realizar trámites es pequeña comparada con las áreas que tienen dispuestas en las delegaciones de la ciudad de México para estos mismos fines. Antes de poder entrar a la oficina, hay una puerta de cristal que está resguardad por un policía, cuando uno llega, el policía pregunta que trámite viene a hacer y luego busca el nombre en una lista. Si el nombre está en la lista, te entrega una ficha y te deja entrar, si no, te dice lo que debes hacer o lo que hace falta pero no te deja entrar. Yo llegué muy tempranito, a la hora de mi cita, con todos mis papeles en un fólder. Como el policía no estaba, esperé un momento frente a la puerta, de ahí salió una señora muy apresurada que casi casi pasó por encima de mí. Yo mejor me hice a un lado para revisar la lista y vi con alivio que mi nombre estaba ahi escrito hasta el final, así que el policia  cuando regresó, muy amable me dejó pasar. Durante el tiempo de espera antes y después del trámite, me dediqué a observar a la gente que estaba a mi alrededor. Unos hablaban entre ellos, otros le pedían ayuda a algún desconocido que estuviera ahi cerca y otros, como yo, estábamos así calladitos observando. La puerta de cristal se abría y cerraba constantemente, la gente entraba y salía o al menos los que querían entrar giraban la manivela y cuando la puerta no cedía, alguien les explicaba que tenían que esperar hasta que llegara el policía. Ese día pasé tres horas en el consulado y me di cuenta de una cosa bien evidente y bien triste: Ninguna de las personas que llegaban, preguntaban, tocaban a la puerta o pasaban, dijeron nunca, “disculpe”, "por favor”, “gracias".
Las personas llegaban con actitud defensiva, parecía que estuvieran esperando que los rechazaran o los trataran mal, y estaban tan ensimismados que no se percataban de que al dirigirse al policía lo hacían sin cortesía; igualmente las personas a quienes les abría la puerta y les dejaba pasar, nunca le dieron las gracias ni le pidieron que les abriera por favor. Hubo incluso una señora que los superó a todos: llegó con esos aires de quien “las puede todas”, intentó abrir la puerta y al ver que no cedió, tocó en el vidrio groseramente, luego murmuró entre dientes en inglés “Oh this fucking idiot” refiriéndose al policía. Un señor de los que esperaban, le dijo amablemente que ella también debía esperar y de nuevo la tipa dijo en inglés pero ahora en voz alta: “I don’t know what you’re talking about. I have an appointment” . El policía andaba perdido por ahí dentro de la oficina y no vino a abrir, pero la grosera bilingüe aprovechó la salida de una señora para colarse y entrar. Salió dos minutos después echando pestes y ya no regresó. Supongo que le habrían cancelado su cita tan importante…(Mueca torcida)

En fin, yo ya me había dado cuenta desde las últimas veces que estuve en mi país que  todo el mundo está muy enojado, que todos están listos para explotar, listos para mentártela, listos para la agresión y ya se que cómo no, si la violencia y la inseguridad han ido permeando todo, lentamente, poco a poquito hasta llegar a los más básicos principios de cortesía y minarlos. Las personas en estos días, son menos corteses y sucede que pasan encima de ti  y se siguen de frente, sin disculparse, y también pasa que todos se hacen los dormidos en el metro para no ceder su lugar, y ves ahí a las ancianas y ancianos y a las mujeres embarazadas de pie en el transporte público y hombres, mujeres y niños se hacen como que no ven. Y  en la vida en general y dentro de las familias ya casi nadie usa las palabras mágicas y  veo madres y padres a quienes sus hijos no les piden las cosas por favor, sino que les ordenan y los padres ni se dan por enterados y para ser sincera,  lo que de verdad me incomoda no es el hecho en si, sino ver que ya a nadie le importa.
Quizá algunos dirán que yo estoy exagerando. Podría ser. Podría ser también que cuando llegué a vivir a este país que no es el mío, me di cuenta de que la gente que sin querer te atropellaba en el super, te ofrecía disculpas, es mas, a veces ni siquiera te habían tocado, pero pasaban delante de ti para alcanzar un producto y se excusaban con una sonrisa, y los desconocidos en la calle me saludaban aunque fuera con un asentimiento y los coches se detenían en los pasos del estacionamiento para dejar pasar primero a la gente y lo siguen haciendo, y eso te hace sentir bien, como que existes, como que todavía eres un ser humano.

Mi amiga Ajalie Saint Georges, que es canadiense, visitó  conmigo la ciudad de México el verano pasado y me decía con mucho asombro “Oye, que bárbaros, que amables los mexicanos y que linda es la gente”. Imagínense lo que hubiera dicho si hubiera visitado hace veinticinco años cuando México estaba tranquilo, todos estábamos más relajados y nuestras abuelas todavía dirigían la orquesta de la cortesía y la amabilidad.

Acerca de...Seattle Escribe

Hace algunos meses, al final del año anterior me sentía de cierto modo desesperada e incierta respecto a mi posible carrera como escritora. A pesar de tener ya algunos manuscritos terminados y haber enviado algunas de mis obras  a concursos internacionales, no sentía que realmente estuviera avanzando hacia ninguna parte.  Verán: para una escritora el placer de escribir no se reduce sólo al hecho de crear una obra escrita. La escritora no puede desarrollarse si se encuentra confinada a su propio mundo interior. Hace falta siempre contar con una audiencia privada, gente cercana que le ofrezca opiniones y sugerencias para mejorar. En mi caso las cosas se habían puesto difíciles considerando varios factores. El más importante de ellos, el hecho de que no me resulta sencillo compartir mi obra con gente que no sea extremadamente cercana y de mi absoluta confianza; y otras razones secundarias, como el hecho de que vivo en un país extranjero y que en mi círculo de personas cercanas se encontrara gente de buena voluntad pero sin ningún interés por leerme o sin alguna experiencia respecto a las artes “escribitorias” (Sonrisa)
Así de reducido como estaba el círculo, el pobre de mi marido ya estaba mareado de tanto que lo atosigaba para que me leyera y me críticara y,  a pesar de que es un hombre muy inteligente, no posee la experiencia en el área para ofrecerme la retroalimentación que yo verdaderamente necesitaba. Ocurría lo mismo con mis familiares y amigos a quienes les ofrecía mis escritos para analizar. La crítica o las sugerencias se reducían a bonitos comentarios acerca de mi creatividad o la naturaleza de los escritos. Mi amiga Gaby, también escritora y actríz era lo más cercano que tenía  a mano para esos fines creativos, pero separadas por país y con las múltiples ocupaciones de ella, la comunicación tenía largos periodos de interrupción que a mí me llenaban de desesperación.
Así estaban las cosas a fines del 2013, cuando comencé a meterme en la cabeza la idea de que si las oportunidades y los círculos no existían, debía de alguna manera imaginarlos para empezar a encontrarlos y si no los encontraba entonces debía empezar a crearlos yo misma.  Mi trabajo de imaginación y deseo debe haber funcionado a la perfección porque no tuve necesidad de crear absolutamente nada. El círculo de escritores llegó a mi, por aquella extraña regla de los “seis grados de separación” y así fue como una amiga me presentó a otra amiga que era escritora y que por los días en los que nos conectamos, había sido invitada a impartir unos talleres de escritura en español en la biblioteca pública de Seattle.
El Sábado primero de Febrero de 2014  a las nueve y cincuenta y cinco de la mañana, me encontré frente a la puerta de entrada de la biblioteca central, muerta de frío y rodeada de menesterosos que esperaban que  se abrieran las puertas del recinto para poder entrar y disfrutar del calorcito artificial de la calefacción y de pasadita checar sus correos electrónicos en las computadoras gratuitas. Después de haberme perdido por más o menos diez minutos, llegué al piso y busqué el salón. En el pasillo me encontré con una amable señora que estaba pegando una etiqueta en una puerta…esa señora resultó ser mi reciente amiga virtual, la escritora que iba a impartir los talleres, María de Lourdes Victoria.
Cuando la puerta del salón se cerró por fin y comenzaron las sesiones del taller, no me imaginaba el mundo nuevo que iba a descubrir y no me refiero a la riqueza y utilidad de los talleres que hemos recibido y que es incuestionable; no.  Me refiero a otra cosa. En ese salón, en esa reunión y en las sesiones subsecuentes descubrí  lo que había estado buscando por tanto tiempo para dar un paso adelante en mi carrera de escritora: un grupo de personas con intereses iguales a los míos y al mismo tiempo únicas en sus deseos individuales. Personas de diferentes edades, nacionalidades, extractos sociales pero unidas con un sólo propósito: crear  y compartir Literatura en español.  Personas ávidas de ser leidas, ávidas de compartir sus puntos de vista respecto al oficio de escribir y ávidas de aprender unos de las experiencias de otros.

Unos querían comentar, otros compartir, otros querían recibir información, otros deseaban saber que leer.

Aquél Sábado fantástico, me sentí como un naufrago cuando por fin es encontrado por un trasatlántico y rescatado de su miseria.
Sabía que había llegado al lugar correcto y que a partir de los talleres, el aislamiento literario había terminado para mí.
No me equivoqué.
El grupo de escritores hispanos “Seattle Escribe” presentará su primera lectura pública, el día 14 de Junio de 2014 en la biblioteca pública de la ciudad de Seattle a las cuatro de la tarde.