viernes, 2 de mayo de 2014

Acerca de...La cortesía

La semana pasada me tocó ir a renovar mi pasaporte.
Fui dos veces a la oficina del consulado de México en Seattle. Nunca antes había estado ahí y en mis dos visitas me di cuenta que, al menos el área donde atienden a las personas que van a realizar trámites es pequeña comparada con las áreas que tienen dispuestas en las delegaciones de la ciudad de México para estos mismos fines. Antes de poder entrar a la oficina, hay una puerta de cristal que está resguardad por un policía, cuando uno llega, el policía pregunta que trámite viene a hacer y luego busca el nombre en una lista. Si el nombre está en la lista, te entrega una ficha y te deja entrar, si no, te dice lo que debes hacer o lo que hace falta pero no te deja entrar. Yo llegué muy tempranito, a la hora de mi cita, con todos mis papeles en un fólder. Como el policía no estaba, esperé un momento frente a la puerta, de ahí salió una señora muy apresurada que casi casi pasó por encima de mí. Yo mejor me hice a un lado para revisar la lista y vi con alivio que mi nombre estaba ahi escrito hasta el final, así que el policia  cuando regresó, muy amable me dejó pasar. Durante el tiempo de espera antes y después del trámite, me dediqué a observar a la gente que estaba a mi alrededor. Unos hablaban entre ellos, otros le pedían ayuda a algún desconocido que estuviera ahi cerca y otros, como yo, estábamos así calladitos observando. La puerta de cristal se abría y cerraba constantemente, la gente entraba y salía o al menos los que querían entrar giraban la manivela y cuando la puerta no cedía, alguien les explicaba que tenían que esperar hasta que llegara el policía. Ese día pasé tres horas en el consulado y me di cuenta de una cosa bien evidente y bien triste: Ninguna de las personas que llegaban, preguntaban, tocaban a la puerta o pasaban, dijeron nunca, “disculpe”, "por favor”, “gracias".
Las personas llegaban con actitud defensiva, parecía que estuvieran esperando que los rechazaran o los trataran mal, y estaban tan ensimismados que no se percataban de que al dirigirse al policía lo hacían sin cortesía; igualmente las personas a quienes les abría la puerta y les dejaba pasar, nunca le dieron las gracias ni le pidieron que les abriera por favor. Hubo incluso una señora que los superó a todos: llegó con esos aires de quien “las puede todas”, intentó abrir la puerta y al ver que no cedió, tocó en el vidrio groseramente, luego murmuró entre dientes en inglés “Oh this fucking idiot” refiriéndose al policía. Un señor de los que esperaban, le dijo amablemente que ella también debía esperar y de nuevo la tipa dijo en inglés pero ahora en voz alta: “I don’t know what you’re talking about. I have an appointment” . El policía andaba perdido por ahí dentro de la oficina y no vino a abrir, pero la grosera bilingüe aprovechó la salida de una señora para colarse y entrar. Salió dos minutos después echando pestes y ya no regresó. Supongo que le habrían cancelado su cita tan importante…(Mueca torcida)

En fin, yo ya me había dado cuenta desde las últimas veces que estuve en mi país que  todo el mundo está muy enojado, que todos están listos para explotar, listos para mentártela, listos para la agresión y ya se que cómo no, si la violencia y la inseguridad han ido permeando todo, lentamente, poco a poquito hasta llegar a los más básicos principios de cortesía y minarlos. Las personas en estos días, son menos corteses y sucede que pasan encima de ti  y se siguen de frente, sin disculparse, y también pasa que todos se hacen los dormidos en el metro para no ceder su lugar, y ves ahí a las ancianas y ancianos y a las mujeres embarazadas de pie en el transporte público y hombres, mujeres y niños se hacen como que no ven. Y  en la vida en general y dentro de las familias ya casi nadie usa las palabras mágicas y  veo madres y padres a quienes sus hijos no les piden las cosas por favor, sino que les ordenan y los padres ni se dan por enterados y para ser sincera,  lo que de verdad me incomoda no es el hecho en si, sino ver que ya a nadie le importa.
Quizá algunos dirán que yo estoy exagerando. Podría ser. Podría ser también que cuando llegué a vivir a este país que no es el mío, me di cuenta de que la gente que sin querer te atropellaba en el super, te ofrecía disculpas, es mas, a veces ni siquiera te habían tocado, pero pasaban delante de ti para alcanzar un producto y se excusaban con una sonrisa, y los desconocidos en la calle me saludaban aunque fuera con un asentimiento y los coches se detenían en los pasos del estacionamiento para dejar pasar primero a la gente y lo siguen haciendo, y eso te hace sentir bien, como que existes, como que todavía eres un ser humano.

Mi amiga Ajalie Saint Georges, que es canadiense, visitó  conmigo la ciudad de México el verano pasado y me decía con mucho asombro “Oye, que bárbaros, que amables los mexicanos y que linda es la gente”. Imagínense lo que hubiera dicho si hubiera visitado hace veinticinco años cuando México estaba tranquilo, todos estábamos más relajados y nuestras abuelas todavía dirigían la orquesta de la cortesía y la amabilidad.

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